MONOGRÁFICO

América y España: los dos viajes oficiales de la infanta Eulalia de Borbón (1893) y la infanta Isabel de Borbón (1910) que hicieron el vínculo.

America and Spain: the two official journeys of the infanta Eulalia de Borbón (1893) and the infanta Isabel de Borbón (1910) that made the bond.

MARÍA JOSÉ RUBIO ARAGONÉS
Universidad Francisco de Vitoria, España

América y España: los dos viajes oficiales de la infanta Eulalia de Borbón (1893) y la infanta Isabel de Borbón (1910) que hicieron el vínculo.

Cuadernos de investigación histórica, núm. 39, pp. 215-234, 2022

Fundación Universitaria Española

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Recepción: 28 Diciembre 2021

Revisado: 01 Febrero 2022

Aprobación: 18 Marzo 2022

Publicación: 16 Septiembre 2022

Resumen: Durante cinco siglos de historia común entre América y España, solo tres personas de la familia real española pisaron realmente América, y las tres fueron infantas: Carlota Joaquina de Borbón (1775-1830), y las hermanas Isabel de Borbón (1851-1931) y Eulalia de Borbón (1864-1958), hijas de Isabel II. Estas dos últimas realizaron sendos viajes oficiales, en representación de la Corona española, de gran resonancia en sus vidas personales, la historia de la Casa real y el vínculo común entre América y España. El artículo se propone reagrupar en un mismo estudio las referencias históricas a estos dos viajes, que hasta ahora solo se han estudiado de manera individualizada, para constatar el importante servicio al Estado que estas dos infantas realizaron con ellos y bajo la hipótesis del acertado papel que las mujeres de la Familia Real -por la singularidad de sus género- ejercieron a partir del siglo XIX en representaciones del Estado políticamente delicadas. El primero fue el viaje oficial de la Infanta Eulalia, en 1893, con motivo del IV centenario del descubrimiento de América, que le llevó en un largo periplo a visitar Puerto Rico, Cuba y Estados Unidos, donde fue recibida por el presidente Cleveland y visitó la Exposición Universal Colombina en nombre del rey España -Alfonso XIII- y la reina regente María Cristina. Por lo que en el viaje vio, la infanta Eulalia vaticinó la inminente guerra y la pérdida de la isla de Cuba en 1898. El segundo fue el viaje oficial de la Infanta Isabel de Borbón, alias La Chata, a Buenos Aires, en 1910, para conmemorar el centenario de la independencia de Argentina, en representación de su sobrino el rey Alfonso XIII. El comprometido viaje se inició con amenazas de boicot a su presencia, y terminó con un memorable éxito diplomático y personal de la infanta, que fue de gran beneficio para la imagen de la Corona española y para la renovación de vínculos afectivos entre América y España.

Palabras clave: América, España, Infantas, Monarquía, viajes oficiales, Exposición universal colombina, Chicago, Cuba, Argentina.

Abstract: During five centuries of common history between America and Spain, only three people from the Spanish royal family actually set foot in America, and all three were infantas: Carlota Joaquina de Borbón (1775-1830), and the sisters Isabel de Borbón (1851-1931) and Eulalia de Borbón (1864-1958), daughters of Isabel II. These last two made official trips on behalf of the Spanish Crown, of great resonance in their personal lives, the history of the Royal House and the common bond between America and Spain. The article aims to regroup in the same study the historical references to these two trips, which until now have only been studied individually, to verify the important service to the State that these two infantas performed with them and under the hypothesis of the successful role that the women of the Royal Family -due to the singularity of their gender- exercised from the 19th century on politically sensitive representations of the State. The first was the official trip of the infanta Eulalia, in 1893, on the IV Centennial of the Discovery of America, which took her on a long journey to visit Puerto Rico, Cuba and the United States, where she was received by President Cleveland and visited the Universal Columbian Exposition on behalf of the King of Spain -Alfonso XIII- and Queen Regent María Cristina. From what she saw on the trip, the infanta Eulalia predicted the imminent war and the loss of the island of Cuba in 1898. The second was the official trip of the infanta Isabel La Chata to Buenos Aires, in 1910, to commemorate the Centennial of the Independence of Argentina, on behalf of her nephew, King Alfonso XIII. The committed trip began with threats of a boycott of her presence and ended with a memorable diplomatic and personal success for the infanta, which was of great benefit to the public image of the Spanish Royal Crown.

Keywords: America, Spain, Infantas, Monarchy, World´s Columbian exposition, Chicago, Cuba, Argentina.

1. Introducción

El presente artículo pretende constatar y recoger el hecho curioso de que en los primeros cinco siglos de historia común entre América y España (entre 1492 y 1910), sólo tres personas de la Casa real española pisaron realmente tierra americana y las tres fueron infantas, hijas y hermanas de reyes. Cada una en su tiempo y en diferentes circunstancias públicas y oficiales: la infanta Carlota Joaquina de Borbón (1775-1830), también reina de Portugal, y las infantas Isabel de Borbón (1851-1931) y Eulalia de Borbón (1864-1958), hermanas, hijas de la reina Isabel II. Sus historias de vínculo con América fueron historias de política valiente y arriesgada: la primera, con un final de sonado fracaso, al pretender convertirse en 1808 en regente de la Corona española en América, y en reina, en 1810, de un nuevo reino independiente en Río de la Plata; las dos siguientes fueron, en cambio, éxitos históricos que redundaron en el vínculo afectivo entre las dos tierras. Estos fueron los dos viajes oficiales que la infanta Eulalia (en 1893) y la infanta Isabel (en 1910) realizaron a América, representando a España en conmemoraciones históricas que habrían de dejar una interesante huella en la historia común. Ambas fueron herederas de la política internacional de su madre -Isabel II- respecto a los antiguos virreinatos españoles en América, caracterizada por el permanente conflicto con Cuba y la creciente desafección de los países independizados desde principios del siglo XIX, circunstancias a las que se trató de poner remedio en los reinados de Alfonso XII -hermano de las infantas- y Alfonso XIII -su sobrino-, para los cuales ellas ejercieron de embajadoras en estas circunstancias extraordinarias.

2. La infanta Eulalia de Borbón y su viaje oficial a Cuba y Estados Unidos (1893)

Eulalia de Borbón fue la octava de los nueve hijos nacidos de la reina Isabel II, y la menor de sus hermanas, las infantas Isabel, Pilar y Paz[1]. Nació en Madrid el 12 de febrero de 1864 y su vida se vio profundamente marcada por el derrocamiento de su madre, en 1868, cuando ella apenas contaba con cuatro años. Eulalia pasó su infancia, junto a su madre y sus hermanas, instalada en el palacio de Castilla en París, convertido en la residencia oficial de la reina española exiliada en Francia. No regresó a España hasta 1876, cuando tenía doce años, tras la restauración de su hermano el rey Alfonso XII en el trono español. Tras su vuelta a Madrid, fue educada de manera estricta bajo la vigilancia de su hermana mayor -la infanta Isabel alias La Chata- que entre 1874 y 1881 ostentó el rango de princesa de Asturias, y cuya principal obsesión con respecto a sus hermanas menores era educarlas en “saber ser infanta antes que mujer”. De las hijas de Isabel II, Eulalia fue la más díscola a la autoridad impuesta y la más libre – en su madurez- respecto a los deberes de un miembro de la familia real, pero sin duda ejerció un papel importante al servicio de la Corona española en momentos oportunos.

El 6 de marzo de 1886, solo cuatro meses después de haber fallecido en plena juventud su hermano el rey Alfonso XII, Eulalia fue convencida a contraer matrimonio con Antonio de Orleáns y Borbón, su primo hermano, hijo del duque de Montpensier. La boda se celebró aún en medio del luto oficial y no era un evento deseado personalmente por la novia, que finalmente accedió por cumplir la promesa hecha a su hermano antes de morir. El matrimonio tendría tres hijos (Alfonso, Luis Fernando y Roberta de Orleáns), pero resultaría finalmente conflictivo y desastroso. En búsqueda de una mayor libertad de movimiento, la infanta Eulalia y su esposo viajaron constantemente por Europa – a veces en funciones de representación oficial- caracterizados siempre por su amplia y cosmopolita cultura, su dominio de idiomas y su savoir-faire en cuestiones políticas y diplomáticas, por propia experiencia vital y familiar[2].

Fue esta una de las razones por las que la infanta Eulalia iba a ser la elegida para representar a España en un comprometido viaje oficial, que a su vez se convirtió en uno de los grandes hitos de su vida, así como de las relaciones de la Corona española con América.

Se celebraba en 1892 el IV centenario del descubrimiento de América, y los Estados Unidos preparaban una magna celebración, cuyo evento internacionalmente más resonante iba a ser la Exposición Mundial Colombina en la ciudad de Chicago. Los actos conmemorativos iban a iniciarse el 12 de octubre de 1892 y la exposición estaría abierta al público entre los meses de mayo y octubre de 1893. Se preveía la participación de más de cincuenta países, en la primera exposición universal que iba a contar con pabellones nacionales y la construcción de más de doscientos edificios temporales, en medio de canales y lagunas, diseñados en un enorme recinto urbanizado de 256 hectáreas[3]. La exposición iba a ser un éxito de organización en muy diferentes aspectos. En primer lugar, en su financiación, cubierta por el concurso de numerosos comerciantes, profesionales e importantes magnates de la siderurgia, los ferrocarriles, la banca o las manufacturas de los Estados Unidos, que se ofrecieron a financiar en gran medida la exposición. En segundo lugar, en su novedoso diseño urbanístico y arquitectónico, dirigido por Daniel H. Burnham como director de obras, que supo reunir a grandes talentos del diseño, bajo la consigna de crear edificios efímeros de gusto neoclásico y pintados de blanco, de tal forma que el recinto ferial pareciera una “ciudad blanca” a los visitantes. Su urbanismo iba a ejercer una gran influencia en el embellecimiento posterior de otras ciudades americanas. En tercer lugar, por la novedad de su iluminación, que iba a ser realizada por la compañía Westinghouse y que supuso la presentación oficial del sistema de corriente alterna de Nikola Tesla en sus bombillas, más rentables y de mayor vida útil. En cuarto lugar, por el éxito de sus visitantes, tanto ilustres como civiles anónimos, que superó los veintisiete millones y medio de personas que accedieron al recinto, una cifra hasta entonces jamás registrada en un evento mundial de este tipo.

La exposición iba a contar con la participación oficial de España que, a pesar de su protagonismo histórico en el pasado de América, quizás no iba a ser tan relevante desde el punto de vista presencial en el presente de esta exposición universal. El país se hallaba bajo la regencia de la reina María Cristina, en el delicado turno de un segundo cambio de gobierno -en diciembre de 1892- entre el conservador Antonio Cánovas del Castillo y el progresista Práxedes Mateo Sagasta y en un momento de baja economía nacional.

El pabellón de España en la exposición iba a ser una obra conjunta de los arquitectos valencianos Enric Dupuy- delegado español de la exposición colombina- y del prestigioso Rafael Guastavino (1842-1908), instalado en Estados Unidos con gran éxito desde 1881, que para este evento realizaron una réplica de la Lonja de la seda de Valencia, construida en tiempo récord y con bajo presupuesto -45.000 dólares del momento-, que no causó, sin embargo, el asombro buscado por desentonar su estilo gótico con el neoclásico acordado por la organización para el resto de las construcciones del recinto[4]. Por lo demás, una réplica del Monasterio de La Rábida, construida por los arquitectos americanos McKin, Mead y White, y las réplicas de las naves de Colón, construidas en los astilleros de La Carraca (Cádiz), con planos históricamente documentados del director del Museo Naval de Madrid -Cesáreo Fernández Duro-, fueron las aportaciones españolas más atractivas[5].

El día acordado para la inauguración de la exposición era el primero de mayo de 1893. El Congreso de los Estados Unidos había aprobado previamente -el 5 de agosto de 1892- requerir al presidente la invitación oficial al rey de España -el niño Alfonso XIII-, su madre la reina regente y a los descendientes directos de Cristóbal Colón, su asistencia a la ceremonia de apertura, como invitados del gobierno de los Estados Unidos. El secretario de Estado recibió indicaciones para preparar la posible recepción de personajes tan ilustres. Y el presidente hizo llegar su invitación en manos de un enviado especial, William E.Curtis, del departamento de Estado[6] .

Curtis llegó a Madrid en septiembre de 1892 y fue recibido por el entonces embajador de los Estados Unidos, el coronel A.Louden. Unas semanas más tarde, el 6 de octubre, fue recogido en su hotel por el Introductor de Embajadores y conducido en carroza hasta el palacio real, donde fue recibido con honores militares y acompañado hasta el salón donde la reina regente y el ministro de relaciones exteriores le esperaban para una audiencia oficial. En ésta, Curtis leyó y entregó a doña Cristina la invitación oficial que le hacía el presidente Benjamin Harrison, al considerar especialmente apropiado que el monarca sucesor de aquella reina -Isabel la Católica- a cuyo patronazgo se debió el viaje de Cristóbal Colón, estuviera presente en las celebraciones en honor de aquel insigne hombre y evento. Por que éste iba a ser el tono de la celebración del IV centenario: el homenaje personalista a Colón.

La invitación puso en un aprieto al gobierno español, pues por un lado las relaciones con Estados Unidos, debido al conflicto cubano, no pasaban por su mejor momento; por el otro, nunca un miembro de la familia real española había estado de visita en América en muchos siglos de historia y, finalmente, no parecía apropiado ni que el rey-niño Alfonso XIII, de solo siete años, emprendiera un viaje tan largo, ni que su madre, la reina regente, se ausentara igualmente de España en momentos políticamente tan frágiles en el ámbito nacional. Descartada la opción de este viaje por el gobierno español que presidía Antonio Cánovas del Castillo, surgió en cambio la idea de proponer a la infanta Eulalia como representante de la Corona española para este evento, y aprovechar el viaje oficial para una oportuna visita de amistad oficial a Cuba. A sus 29 años, la infanta Eulalia había demostrado ya su inteligencia, su gusto por los viajes y sus dotes diplomáticas como para ejercer de una manera digna y oportuna este papel de embajadora real.

Así, el primero de diciembre de 1892 se hizo llegar la respuesta formal de la reina regente María Cristina al presidente de los Estados Unidos, agradeciendo y declinando al mismo tiempo, por motivos constitucionales, la invitación. De manera informal, sin embargo, se comunicó a través de la embajada la sugerencia de que la infanta Eulalia sería una perfecta sustituta del rey, si este cambio era aceptable para el gobierno de los Estados Unidos, que a su vez respondió afirmando que la infanta sería recibida con honores regios, de acuerdo con un programa que fue enviado y oficialmente aprobado en Madrid. Inmediatamente se puso en marcha la preparación de este viaje oficial que iba a extenderse en la primavera de 1893 a Puerto Rico, Cuba y Estados Unidos; un periplo de ochenta días que iba a ser un gran logro personal para la infanta.

Mientras tanto, el XIV Duque de Veragua, Cristóbal Colón de la Cerda y Gante (1837-1910), descendiente directo del descubridor, había sido igualmente invitado, junto a su familia, por el gobierno de los Estados Unidos, para asistir a la inauguración de la exposición universal. El duque aceptó el honor, y fue el representante español más ilustre aquel primero de mayo de 1893 en que se abrió la exposición universal. El duque y la duquesa de Veragua, junto a sus hijos y otros miembros cercanos de la familia, fueron recibidos en Estados Unidos con extraordinaria deferencia.

En Madrid, Cánovas del Castillo pretendió preparar a la infanta Eulalia para la misión política que habría de cumplir, puesto que parte importante del viaje iba a ser una visita a la isla de Cuba, con el fin de apaciguar la tensión independentista y las quejas hacia la gestión española de la colonia. Cánovas advirtió a la infanta: “Vuestra Alteza precisamente tiene la labor delicadísima de calmar a los cubanos y de llevarles el anuncio de que Su Majestad atenderá, en lo posible, sus peticiones. Nuestra política respecto a Cuba cambiará en adelante, puede Vuestra Alteza estar segura, pero antes hay que someter a los insurrectos, sin lastimar a nuestros adictos”[7].

Eulalia tomó muy en serio su misión. Deseaba conocer profundamente los problemas de Cuba a los que debería enfrentarse y todavía en España, para desconcierto de Cánovas, se puso en contacto con insurgentes cubanos. Llegó a entrevistarse con el general Calixto García, líder de la insurrección cubana, desterrado en Madrid, cuyo encuentro fue mal visto por los partidarios de la unión. Eulalia leyó la prensa cubana de todo signo y procuró informarse con solidez de aquello que realmente se iba a encontrar.

La expedición real, formada por el duque de Orleáns -esposo de la infanta-, junto al duque de Tamames, la duquesa de Arco Hermoso y don Pedro Jover, como secretario particular, partió del puerto de Santander el 19 de abril de 1893 en el transatlántico Reina María Cristina. A partir de ahí, fue dejando un testimonio literario exquisito y de sumo interés de este viaje en las cartas que fue enviando a su madre, Isabel II, para que estuviera al tanto de los detalles de este viaje histórico. De su relato conocemos así de primera mano los sucesos privados y públicos del periplo[8].

Tras una corta escala en las islas Canarias, el 24 de abril, que por primera vez recibían la visita de personas de la Casa Real, la expedición arribó el 5 de mayo en San Juan de Puerto Rico. Tres días después desembarcaba en Cuba, donde iba a suceder la semana oficialmente más intensa y emocionante del viaje. Al poner pie en La Habana, escribía la infanta a su madre: “Solamente cuando se atraviesa este inmenso océano se comprende el valor de este ilustre genovés Cristóbal Colón, y el talento de aquella reina, cuyas virtudes y desprendimientos han de servir de modelo por muchos siglos a los príncipes modernos” [9]. Su entrada en la ciudad fue “apoteósica”, según sus propias palabras. Y en ella la infanta hizo gala de su personalidad díscola e ingeniosa, ya que apareció vestida, sin que la nadie lo hubiera sabido antes, con un elegante vestido azul celeste, adornado con una cinta de terciopelo rojo, coincidente con los colores de la bandera independista cubana. El gesto de este “traje insurrecto” no cayó bien entre la oficialidad y optó por cambiarse a su llegada al palacio de Capitanía General, donde iba a residir en los próximos días.

En Cuba había ambiente de latente insurrección, y las autoridades españolas habían impuesto una férrea censura a todo lo que sugiriera una posible independencia. Para 1893 los cubanos habían fracasado ya dos veces en intentos de alzarse en armas -la Guerra de los diez años (1868-1878) y la Guerra Chiquita (1879-1880)-, y por ello las actitudes de la infanta española iban a ser observadas al detalle. Joven, culta y liberal, Eulalia iba a ganarse el corazón de los cubanos, tanto criollos como españoles.

La alta sociedad cubana se deshizo en atenciones: audiencias, banquetes, bailes, Te Deums, funciones de teatro, revistas de tropas, visitas a conventos y establecimientos de beneficencia. Y a pesar de los esfuerzos del capitán general, Alejandro Rodríguez Arias, de hacerle ver solo la panorámica oficial del gobierno de la isla, Eulalia quiso conocer los problemas reales de Cuba. Recurrió a la ayuda del periodista catalán Antonio de San Miguel para ponerse en contacto con políticos de todo signo e intelectuales de la colonia. La prensa cubana se volcó con su huésped regia y llenó las páginas de “La Habana elegante” o “El diario de la Marina” con la crónica de la buena impresión que la infanta causaba por todas partes. Eulalia se sentía, a su vez, enamorada de la isla y agradecida del sincero agasajo a su persona: “Me siento tan identificada con la gente de aquí, la veo tan sinceramente aficionada a mi persona, que olvido el agobio físico. No puedes figurarte hasta qué punto La Habana y yo, yo y La Habana, formamos un solo cuerpo y un solo pensamiento. Desde el jefe del partido autonomista hasta el último cubano, Cuba y yo, yo y Cuba hemos fraternizado de la manera más estrecha y más amable”, escribía por carta a su madre el 13 de mayo[10].

Eulalia llegó a sentir con inusitada fuerza el vínculo emocional de Cuba con sus antepasados y la historia de España: ”Una muralla de fortificaciones rodea la capital; fuera de esta muralla se encuentra el famoso castillo del Morro, esa fortaleza de la cual mi bisabuelo Carlos IV decía que le gustaría verla, aunque fuese por el ojo de una cerradura, para darse cuenta de por qué había costado tanto dinero”, escribía el 8 de mayo[11], y “pienso con cierta melancolía en el recibimiento que se le dispensó aquí a Cristóbal Colón, partido en busca del Nuevo Mundo y tratado como un aventurero”, un día después[12].

Pero Eulalia, intuitiva, percibió desde el primer momento la realidad de los aires levantiscos de una revolución en ciernes en Cuba. Le pareció que la causa española estaba definitivamente perdida, y que sus buenas intenciones personales y su misión diplomática oficial llegaban ya demasiado tarde:

“He hecho cuanto he podido por contentar a todo el mundo y captarme la simpatía de la clase elevada tanto como la del pueblo, que tan profundamente he adquirido. He aprovechado esta fiesta para estudiar los sentimientos que nutre la aristocracia hacia España, nuestra madre Patria. Allí, como en todas partes, he encontrado un estado de ánimo que deja prever que el día que Cuba se separara del Reino sería para todos un alivio general. En todos los grados de la escala social, sin ninguna excepción, se me da a entender que aporto demasiado tardíamente la sonrisa de la fraternidad, de la cual las poblaciones de las Antillas han estado privadas durante demasiado tiempo”[13].

Y en sus memorias posteriores, escribió en el mismo sentido:

“La realidad distaba mucho de ser lo que me habían pintado en España. Unos cuantos cubanos, casi todos los que ostentaban recientes títulos de Castilla, estaban al lado de España, ayudando a la intransigencia colonial. Del otro bando, los cubanos todos, divididos entre partidarios de la autonomía y separatistas […] vi que en Cuba nuestra causa estaba perdida definitivamente”[14].

La infanta sintió profundamente abandonar Cuba, el 15 de mayo, un país en el que todo le había parecido admirable e interesante, por su mezcla de habitantes -del blanco al negro, de los mestizos a los indios- y el esplendor de su belleza natural: los jardines magníficos, los árboles inmensos, los vergeles de flores, las plantaciones de caña de azúcar y un mar de horizonte infinito: “Siento que esta sea la última noche de un país que ha ganado mi corazón, porque posee también uno sensible y bueno”, escribía la noche anterior a su partida[15].

Al embarcarse rumbo a la siguiente etapa del viaje -Estados Unidos- se produjo una emocionante escena de despedida, que ella misma escribió con gran detalle. El director del diario “La Lucha”, republicano, se abrió paso entre la multitud y solicitó permiso para dirigirle unas palabras. La infanta le pidió que se acercara, y besándole la mano, el periodista le dijo: “Señora: donde quiera que se presente la infanta Eulalia ya no hay republicanos. Si la representación del trono español es traída por una dama que reúne todos los encantos y la bondad que posee vuestra Alteza no puede tropezar en su camino más que con adhesión entera a la monarquía”[16].

Y prosigue ella en su relato:

“Esto es mucha verdad. Mientras viva, Cuba no saldrá de mi memoria, su recuerdo perdurará imborrable. Esta permanencia en La Habana permanecerá eternamente grabada en mi alma de mujer tanto como en el pensamiento de la descendiente de Isabel la Católica.

Sí, verdaderamente, desde la época en que Cristóbal Colón puso pie en esta tierra, que más tarde fue bautizada con el nombre de San Cristóbal de La Habana, yo soy la única que ha saboreado el orgullo de haber hecho palpitar de alegría y de respetuosa adoración a los habitantes de esta Isla por su Madre Patria”.

Tres días después de su emocionada salida de Cuba, la infanta Eulalia y su séquito desembarcaron en Nueva York y, el 20 de mayo, viajaron en tren hasta Washington, donde fueron recibidos en la Casa Blanca por el nuevo presidente Cleveland y su esposa, con todos los honores. Durante dos semanas fue agasajada con eventos sociales y viajes de descubrimiento de aquel entorno: visitó el Capitolio, el Tesoro Americano -donde le enseñaron la caja acorazada que guardaba 200.000 millones de dólares-, el obelisco de Washington y la histórica casa de este presidente en Mount Vernon. Conoció las cataratas del Niágara y regresó a Nueva York para conocer la ciudad, asistir al Carnegie Hall y los Teatros de la Quinta Avenida y Broadway. Recibió en audiencias y presidió banquetes de gala en los Círculos españoles. Visitó incluso la Bolsa en Wall Street: “Aquí todo parece fácil”, escribió, sorprendida.

En la etapa final del viaje, entre el 6 y el 13 de junio se estableció en Chicago, dedicada a visitar la Exposición Universal Colombina, que había originado la invitación oficial al viaje. En Chicago fue recibida con inusitado asombro. Desde el punto de vista protocolario, era el personaje más relevante de los que acudieron a la feria y su presencia generó mucho interés. El alcalde de Chicago le hizo los honores, acompañado por los cargos oficiales de la exposición, un numeroso grupo de ciudadanos representativos y una escolta militar, que en todo momento la acompañaron. El 8 de junio fue el “día de la infanta” en la exposición universal, a la que llegó precedida por un vistoso desfile militar. Visitó los pabellones varias veces, de manera formal e informal. Por sus cartas sabemos el entusiasmo que le despertó la belleza de la armonía neoclásica de todo el conjunto. Se dejó sorprender por las más variadas novedades industriales que Estados Unidos mostraba en el conjunto, y dio por oficialmente inauguradas las exposiciones y actividades de la delegación española, cuyo pabellón gótico y aportación de recuerdos culturales relevantes, contrastaban por su modestia.

Por su pensamiento liberal, la infanta Eulalia se sintió igualmente fascinada en Estados Unidos por la libertad que gozaban las mujeres americanas: “Te confieso sinceramente que, penosamente oprimida siempre por la opinión profesada entre nosotros de que la mujer no debe tomar ninguna iniciativa, considero con envidia a las mujeres americanas. Ellas disfrutan de una libertad de acción que estimó tan útil como bienhechora en el país que sea; pienso con cierta amargura que si este progreso se realiza un día en España, donde la sangre oriental ha dejado su señal profunda, será demasiado tarde para que pueda aprovecharme yo misma”, escribió a su madre el 9 de junio[17].

El largo viaje oficial a América fue finalmente todo un éxito. Así se lo hizo saber la reina regente María Cristina, cuando la infanta Eulalia embarcaba de regreso en Nueva York, el 16 de junio, agradeciéndole por telegrama el modo tan satisfactorio en que había cumplido con la misión que le había sido confiada: “La reina regente me felicita, y me dice que no olvidará nunca el modo con que he conducido satisfactoriamente, en el transcurso de mi viaje la misión que me había sido confiada. Es una carta muy amable que me satisface mucho”, compartió por carta con gran emoción[18].

A su regreso a Madrid, sin embargo, la familia real y el gobierno español hubieron de escuchar con disgusto las impresiones negativas que la infanta Eulalia traía sobre el futuro de la cuestión política en Cuba. Su fina inteligencia le hacía vaticinar la inevitable y cercana pérdida de las últimas colonias españolas en América, e incluso el estallido de una inminente guerra: “Lo mejor que haríamos en Cuba sería venderla a los Estados Unidos o a los mismos cubanos”, cuenta ella misma que dijo en la reunión para relatar su viaje, en palacio.

Concluía así un viaje oficial exitoso del primer miembro de la familia real en pisar América en 1893, con las alabanzas de políticos, embajadores y periodistas a la innata capacidad diplomática de la infanta. Pero poco después se cumplían sus profecías políticas, anunciadoras de la realidad que ella había visto con sus propios ojos, ya que en 1895 se iniciaba una guerra que iba concluir, en 1898, con la independencia de la Cuba.

3. La infanta Isabel de Borbón La Chata y su viaje a Argentina (1910)

El viaje oficial de la infanta Isabel de Borbón a Argentina, en 1910, fue otro de los grandes éxitos diplomáticos de una infanta de España y el segundo en llevar a América a un miembro de la familia real en representación oficial de la Corona. La relevante personalidad de esta infanta en todos sus aspectos biográficos, además, hizo de este viaje un acontecimiento histórico memorable.

La infanta Isabel de Borbón ha sido, quizás, la infanta más carismática de la historia de España. Una pionera y renovadora del pensamiento monárquico por la conjugación de tres elementos esenciales: la coherencia con su rango y su misión, la habilidad innata para adecuar esa coherencia a lo que en cada momento la sociedad demandaba de ella y el compromiso absoluto con el servicio a la sociedad. Fue nieta, hija, hermana y tía de reyes; y ella misma dos veces heredera al trono y princesa de Asturias, pero las circunstancias históricas quisieron dejarla en un segundo plano, siendo el soporte en la sombra de la Corona española en momentos muy difíciles para la misma. Convirtió sus privilegios en servicio, allá dónde se la necesitara, y por ello supo siempre ganarse el afecto popular. Por mi parte, abordé de manera extensa su biografía en un trabajo de investigación, al que me remitiré en los detalles de este artículo[19].

La infanta Isabel nació en Madrid el 20 de diciembre de 1851. Era en ese momento la primogénita de Isabel II y como tal ostentó el título de princesa de Asturias hasta el nacimiento, seis años después, de su hermano, el futuro rey Alfonso XII. Recibió una extraordinaria educación intelectual, y desde niña acompañó a su madre en los viajes oficiales que ésta hizo por toda España entre 1858 y 1863. Aprendió a representar a la Corona desde muy joven. Se casó en 1868, a los dieciocho años, con Cayetano de Borbón-Dos Sicilias, un matrimonio que apenas duró tres años, puesto que él, aquejado de una enfermedad mental, se suicidó en 1871. Así pues, viuda y en el exilio desde que su madre Isabel II fuera derrocada en 1868, Isabel decidió dedicar su vida íntegramente al servicio a la Corona y a su país. Durante la Restauración de su hermano Alfonso XII (1874-1885) fue de nuevo princesa de Asturias y “sostén de las instituciones”, de igual modo que durante la regencia de María Cristina (1885-1902) y el posterior reinado efectivo de su adorado sobrino y ahijado, Alfonso XIII (1902-1931). Fue en esta última época cuando la infanta Isabel, la popular Chata, se convirtió en la experimentada embajadora de la Corona y del rey, allá donde éste no llegaba, por falta de tiempo o por inconveniencia política. Hasta 1931 la infanta Isabel recorrió España entera, acaparando las portadas de periódicos y el respeto de los ciudadanos de toda condición.

El más memorable de sus viajes, sin embargo, iba a ser el que hizo en mayo de 1910 a Argentina, representando a Alfonso XIII en las conmemoraciones del centenario de su independencia; un viaje políticamente comprometido, para el cual la infanta Isabel fue designada por José de Canalejas, presidente del gobierno español, interesado desde el partido progresista en salvaguardar y favorecer la imagen de la Corona[20].

En mayo de 1910 la república argentina celebraba así el I centenario de su independencia de España. Con idea de que Alfonso XIII asistiera a las conmemoraciones, el gabinete argentino había cursado invitación oficial al español con mucha antelación, aún durante el gobierno de Antonio Maura. Y éste había aceptado. Canalejas, posterior presidente, sin embargo, no creyó conveniente que el rey tomase parte en estas ceremonias. En Argentina, los sectores republicanos y anarquistas más radicales ya habían anunciado boicots ante la posible presencia de la Corona española, al tiempo que se extendió por el país cierta hostilidad a la memoria de España como colonizadora. Canalejas no quiso comprometer la imagen del rey ni alejarle de los problemas españoles. Se buscó, por tanto, un posible sustituto en el seno de la familia real, que finalmente fue la infanta Isabel, a la que Canalejas hubo de informar en profundidad de los obstáculos que encontraría en su viaje y convencerla de sus excepcionales méritos y capacidades para sobrepasarlos. La infanta aceptó por deber moral, sin imaginarse que iba a ser uno de los grandes acontecimientos de su vida y uno de los más vinculantes de una mujer de la Monarquía Hispánica con la historia de América.

Se designó un amplio séquito para acompañarla, contando con todas las vicisitudes: desde su íntima servidumbre personal -la marquesa de Nájera, fiel dama de compañía y Alonso Coello de Portugal, su secretario-, junto a un plantel de diversas autoridades: políticos, militares, diplomáticos, ingenieros, académicos, artistas y periodistas. El conde de Romanones, entonces ministro de Instrucción Pública quiso dar al viaje una gran difusión periodística y añadió a la comitiva a los directores de los periódicos españoles de mayor tirada: La Época, El Imparcial, La Correspondencia de España y ABC. El marqués de Valdeiglesias, prestigioso periodista y amigo de la infanta por sus veraneos en La Granja, fue además encargado de las crónicas oficiales y reportajes diarios del viaje, como corresponsal de prensa. Por deseo expreso de la infanta, estas crónicas se reunieron en un libro, al modo de los que se editaron de los viajes oficiales durante el reinado de su madre Isabel II, que informa extensamente de todas las vicisitudes del viaje[21].

La expedición partió de Madrid el 1 de mayo de 1910 con el aura de una gran misión diplomática. En el puerto de Cádiz le esperaba el gran buque Alfonso XII, uno de los mejores de la Compañía Transatlántica, propiedad de los marqueses de Comillas, que hicieron en él grandes reformas con ocasión de este viaje. El barco era un verdadero palacio flotante, provisto de los más modernos adelantos náuticos, incluida la telegrafía sin hilos, última novedad, instalada expresamente para la ocasión. Zarpó el 2 de mayo rumbo a América, con quince largos días por delante de navegación, repletos de variadas anécdotas. La más curiosa de éstas fue el constante mareo que sufrieron la mayor parte de los embarcados -la peinadora de la infanta, los periodistas, los músicos…- ante la mala mar que azotó el barco durante parte de la travesía. Sólo la infanta, junto a la tripulación del barco, permanecieron indemnes ante el temporal: “Sólo una princesa de carácter varonil como doña Isabel, educada al aire libre y familiarizada con los sanos ejercicios corporales, podría en sus años de madurez dar ejemplo de fortaleza a los jóvenes que van a bordo. Los oficiales del barco, no obstante el natural respeto, la miran casi como a un compañero, y los marineros se asombran de su fortaleza. Sus arrestos son los propios de una vigorosa juventud”, escribe en el diario de abordo el marqués de Valdeiglesias.

Tras una breve escala en Cabo Verde, por fin, el 18 de mayo, el buque Alfonso XII entró en el puerto de Buenos Aires, con gran solemnidad protocolaria. El ambiente para recibirla era, sin embargo, hostil. Unos días antes hubo gran agitación anarquista en la ciudad, solicitando la suspensión de las fiestas ante la próxima presencia de un miembro de la familia real española. El gobierno argentino decretó el estado de sitio, pero los anarquistas amenazaron con una huelga general para el día en que desembarcara la infanta. Incluso el personal de servicio del hotel en el que se iba a hospedar el séquito español había anunciado el abandono de su puesto de trabajo. La colonia española en Buenos Aires, sin embargo, sin distinción de ideas políticas, se puso de acuerdo para ofrecer a la infanta un gran recibimiento.

El primero en subir al buque a saludar a la infanta fue el cónsul de España, señor Iturralde, seguido del intendente de Buenos Aires, el señor Giráldez. Hubo momentos de tensión, puesto que era notable la ausencia del presidente de la república -José Figueroa Alcorta- y sus ministros, que a causa de la huelga tuvieron graves dificultades para llegar según el protocolo establecido. La entrada de la infanta en la ciudad, en un carruaje abierto junto, a Figueroa Alcorta, fue más acogedora de lo esperado, puesto que miles de personas, ciudadanos de a pie, se agolparon en las calles para aclamarla. La enorme colonia española mitigó mucho el efecto de oposición a la presencia de la infanta, pero entre los que aclamaban, también había muchos argentinos que no apoyaban la agitación huelguista. Hacía mucho tiempo que no se veía en Buenos Aires un recibimiento similar. La comitiva tardó más de una hora en poder llegar a la Casa Rosada, a cuyo balcón principal salió la infanta para escuchar los vivas a Argentina y a España, que no le iban a abandonar en toda su estancia. Su presencia parecía capaz de aflorar los patriotismos más dormidos.

Isabel fue instalada en el palacio de Bary, perteneciente a una distinguida y rica familia de origen alemán, situado junto al parque de Palermo. La servidumbre de la casa, curiosamente en huelga, fue sustituida por criados españoles que atendieron a la infanta durante las dos semanas que siguieron, repletas de actividades oficiales, visitas a instituciones, banquetes, recepciones, funciones de teatro y ceremonias de todo tipo, amenazadas continuamente por sospechas de altercados y atentados.

El 20 de mayo la comitiva española salió de excursión para conocer el campo argentino y la infanta fue llevada a la cercana Estancia de San Juan, propiedad de Leonardo Pereyra, una de las mejores haciendas del país, donde aprendió las costumbres ganaderas de Argentina. Al día siguiente, asistió a una impresionante revista naval en el puerto de ciudad de La Plata, donde pudo contemplar el despliegue de la marina nacional, en cuyos barcos ondeaban conjuntamente las banderas de los dos países. A su regreso al palacio de Bary, la infanta escribió en telegrama a Alfonso XIII:” Al rey de España, Madrid. Revista naval preciosa. La bandera española ondeaba en los topes de todos los barcos. Yo he gozado mucho y he pensado mucho en ti. Te abraza tu tía, Isabel”.

Uno de los momentos más impresionantes del viaje se produjo al día siguiente, 22 de mayo, cuando el recibimiento en el palacio de Bary a la colonia de residentes españoles hizo estallar el delirio patriótico en torno a la infanta Isabel. Desde algunos días antes el “Diario Español”, de lectura obligada para los inmigrantes, había hecho un llamamiento a todos los españoles para que se presentasen a las diez de la mañana a saludar a la infanta. La convocatoria superó lo previsto, y antes de la hora acordada ya se agolpaban en la puerta del edificio más de cincuenta mil personas, que hicieron necesaria la intervención de la policía para poner orden. La infanta parecía dispuesta a estrechar la mano, una a una, a todas las personas que habían acudido a saludarla, pero finalmente se optó por organizar un desfile de ciudadanos e instituciones que pasaran ordenadamente por delante de ella, deteniéndose lo más brevemente posible.

El 25 de mayo la infanta participó en la gran Fiesta nacional Argentina, junto al presidente de la república, el presidente de Chile y el embajador de Italia. Por la mañana asistieron a la colocación de la primera piedra el monumento a la Revolución de Mayo, en la plaza del mismo nombre. Figueroa Alcorta pronunció entonces un discurso en el que prescindió de cualquier alusión de rencor histórico a la España colonial, por no ofender a la presencia de la infanta. Por la tarde se celebró una gran ceremonia religiosa en la catedral, seguida de una gran revista militar delante de la Casa Rosada. Las ceremonias de ese día se desarrollaron entre temores del gobierno a que la infanta sufriera un atentado, lo que resultó finalmente fundado puesto que en la ceremonia religiosa se detuvo a un anarquista italiano que llevaba escondido un puñal afilado, y una bomba casera estalló en un barrio inmediato; sucesos que no trascendieron a la prensa debido al estado de sitio decretado por el gobierno. En el Hotel Majestic, donde se hospedaba el resto de la comitiva española que acompañaba a la infanta, se produjo un sabotaje a su sistema de luz eléctrica.

De este día lleno de miedos le quedaron a Isabel las palabras públicas del obispo de Buenos Aires, reflejo de la admiración que se había desatado por la infanta en gran parte de la ciudad: “Si Dios ha negado a Vuestra Alteza las dulzuras y las inquietudes de la maternidad, bendito sea, porque la ha dejado para ser madre de todos los que la aclaman y la veneran: es decir, todo el pueblo”. Por la tarde de ese mismo día, en que la esposa del presidente Figueroa Alcorta se encontraba enferma en su casa, la infanta le hizo llegar la noticia de que Alfonso XIII le había concedido la banda de la Orden de María Luisa, y para que la pudiera lucir de inmediato, le regaló la suya propia, excusándose porque la banda y el estuche estuvieran un poco desgastados tanto uso. En su contestación de agradecimiento, la presidenta consorte valoró este último detalle, precisamente, como lo más valioso de la condecoración que recibía.

Unos días después, la infanta Isabel viajó de excursión a la población de Luján, para llevar como ofrenda a la popular imagen de su Virgen una bandera española bordada por damas de Zaragoza. La pequeña ciudad preparó un extraordinario recibimiento. En la ceremonia religiosa, el obispo Jara, chileno, hizo un alegato a la Madre Patria y en su sermón desarrolló una emotiva comparación histórica entre Isabel la Católica -la reina que descubrió América-, su descendiente Isabel II -la que reconoció la nacionalidad argentina-, y la infanta Isabel, que “atravesando los mares, sufriendo molestias, peligros y privaciones, aparece a nuestros ojos como una figura romántica de las viejas historias. ¡Bien haya esta Isabel de Borbón, que sabe conquistar en un día el corazón de todo un pueblo!”. Por ello no es de extrañar que, al atravesar las calles de Luján en coche abierto, el gentío le gritara: “¡Viva Isabel la Católica”, refiriéndose a ella misma.

Llegaron los últimos días de esta extensa visita. El 30 de mayo la infanta inauguró, junto a Figueroa Alcorta, los pabellones españoles de la Exposición Internacional, rindiendo homenaje al busto de Alfonso XIII, situado en el centro. Al día siguiente, y a modo de despedida, la infanta invitó a más de mil personas, representantes de toda la sociedad bonaerense, a un té a bordo del lujoso buque Alfonso XII, que se preparaba ya para zarpar en un par de días.

La infanta recogió los últimos homenajes: el ayuntamiento de Buenos Aires había decidido poner el nombre de Infanta Isabel a una calle del elegante barrio de Palermo y fue nombrada presidenta honoraria de la Comisión Sportiva de Argentina. El gobierno argentino decidió regalarle los cuatro caballos que tiraron del carruaje en el cual la infanta hizo su entrada en la ciudad, que efectivamente regresaron a España junto a ella y fueron destinados a las cuadras de La Granja de San Ildefonso.

El 2 de junio, finalmente, el buque Alfonso XII zarpó de Buenos Aires. En su despedida final, desde el muelle del puerto, el presidente Figueroa Alcorta resumió en su discurso la importancia que este viaje había tenido políticamente para España, cuya monarquía había salido reforzada en su prestigio y su amistad con la nación argentina:

“Señora, le ruego muy especialmente diga al rey y al Gobierno español lo agradecidos que les quedamos por haber designado para representarles a persona de vuestras relevantes condiciones, con las que tan fácil le ha sido hacerse por completo dueña de nuestros corazones. De hoy en adelante, la infanta doña Isabel será para la Argentina algo más que la princesa ilustre que, con tanto tacto como gentileza, supo representar a España en ocasión para nosotros solemne; será una verdadera amiga”.

Entre las reflexiones de este viaje, cargado de simbología patriótica, hay quien vio un resarcimiento de España con respecto a la humillación del desastre de 1898 y la pérdida de Cuba.

El buque llegó de regreso a Santa Cruz de Tenerife el 18 de junio, donde al pisar de nuevo suelo español, la infanta Isabel recibió el telegrama del rey que con las palabras que ella tanto esperaba: “Al pisar el territorio español, recibe nuestra felicitación cariñosa por tu feliz regreso y mi agradecimiento por lo bien que has cumplido la representación que te confié. Te abraza tu sobrino, Alfonso”.

Este memorable viaje oficial había durado casi dos meses, un tiempo que sin duda resultó fructífero en la biografía de la infanta Isabel, pero especialmente conveniente para la imagen de la Corona española en América y la renovación de históricos vínculos afectivos -que después tendrían su reflejo diplomático y político- entre España y Argentina.

4. Conclusión

Este artículo, en definitiva, ha pretendido reunir el relato de los dos únicos viajes oficiales realizados por miembros de la familia real española a América en más de 500 años de historia común, siendo notable el hecho de que ambos fueran protagonizados por dos mujeres, dos infantas de extraordinario carácter, protagonismo y regia experiencia, que fueron seleccionadas precisamente por ello con el fin de las misiones que se les encargaron -políticamente incómodas-, fueran finalmente un éxito.

Así, el viaje oficial de la infanta Eulalia a Cuba y Estados Unidos, para conmemorar el IV centenario del Descubrimiento, en 1893, y el viaje oficial de la infanta Isabel a Argentina, para conmemorar el centenario de la Independencia, en 1910, fueron acontecimientos de éxito diplomático y generación de vínculos entre América y España en circunstancias a priori adversas.

Ambos eventos históricos deben, primero, generarnos admiración ante el “saber hacer” de estas infantas, y después, confirmarnos el valor que tradicional e históricamente han tenido las figuras femeninas de la Casa Real en la construcción de la imagen más afectiva y vinculante de la Monarquía Hispánica.

5. Bibliografía

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VALDEIGLESIAS, Marqués de. Viaje de S.A.R. la infanta doña Isabel a Buenos Aires. Mayo de 1910. Madrid,

Notas

[1] RUBIO, María José. (2009) Reinas de España. Siglos XVIII al XXI. Editorial La Esfera de los Libros, Madrid, pp.549-623.
[2] GARCÍA LOUAPRE, Pilar (1995). Eulalia de Borbón, Infanta de España. Lo que no dijo en sus Memorias. Madrid, compañía literaria.
[3] BOLOTIN, Norman y LAING (2002, Christine (2002). World´s Columbian Exposition: The Chicago World´s Fair of 1893. University of Illinois Press.
[4] ROSELL COLOMINA, Jaume (1999). Rafael Guastavino Moreno. Ingeniero en la arquitectura del siglo XIX, en pp.201-215 de HUERTA, Santiago (ed.), Las Bóvedas de Guastavino en América. Madrid, Instituto Juan de Herrera.
[5] MARTINEZ MORENO, Juan M (1988). La exposición mundial colombina de Chicago, 1893. Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras: Minervae Baeticae, 16, pp.153-168.
[6] ROSSITER JOHNSON (1897). A History of the world´s columbian exposition held in Chicago in 1893. New York D. Appleton and Company, 340-359.
[7] BORBÓN, Eulalia de (1991). Memorias. Madrid, editorial Castalia, p.179.
[8] BORBÓN, Eulalia. Infanta de España (1949). Cartas a Isabel II. Mi viaje a Cuba y Estados Unidos, 1893. Barcelona, editorial Juventud.
[9] BORBÓN, Eulalia. Infanta de España (1949). p, 34.
[10] BORBÓN, Eulalia. Infanta de España (1949), p.53.
[11] BORBÓN, Eulalia. Infanta de España (1949), p.34.
[12] BORBÓN, Eulalia. Infanta de España (1949), p.38.
[13] BORBÓN, Eulalia. Infanta de España (1949), p.46.
[14] BORBÓN, Eulalia de (1991).
[15] BORBÓN, Eulalia. Infanta de España (1949), p.56.
[16] BORBÓN, Eulalia. Infanta de España (1949), p.59.
[17] BORBÓN, Eulalia. Infanta de España (1949), p. 112.
[18] BORBÓN, Eulalia. Infanta de España (1949), p. 135.
[19] RUBIO, María José (2003). La Chata. La Infanta Isabel de Borbón y la Corona de España. Madrid, La Esfera de los Libros.
[20] RUBIO, María José (2003), pp. 367-391.
[21] VALDEIGLESIAS, Marqués de. Viaje de S.A.R. la infanta doña Isabel a Buenos Aires. Mayo de 1910. Madrid, s.f.

Información adicional

Como citar el artículo: Rubio Aragonés, M. J. (2022). América y España: los dos viajes oficiales de la infanta Eulalia de Borbón (1893) y la infanta Isabel de Borbón (1910) que hicieron el vínculo. Cuadernos de Investigación histórica, (39), 215-234. https://doi.org/10.51743/cih.280

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