RESEÑAS

BONETE PERALES, ENRIQUE (2019). El morir de los sabios. Una mirada ética sobre la muerte. Tecnos. 2019, 318 pp

Víctor Páramo Valero
Universitat de València, España

BONETE PERALES, ENRIQUE (2019). El morir de los sabios. Una mirada ética sobre la muerte. Tecnos. 2019, 318 pp

Cuadernos de Pensamiento, núm. 34, pp. 268-273, 2021

Fundación Universitaria Española

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Bonete Perales Enrique. El morir de los sabios. Una mirada ética sobre la muerte. Tecnos.. 2019. España. Tecnos. 318pp.. 978-84-309-7702-4

Publicación: 30 Diciembre 2021

Bonete Perales, Enrique (2019). El morir de los sabios. Una mirada ética sobre la muerte. Tecnos. 2019, 318 pp.

Presentamos en este trabajo una reseña del último libro del profesor Enrique Bonete, El morir de los sabios (2019). El libro está dividido en tres partes, en cada una de las cuales se abordan ocho episodios biográficos de autores de gran renombre en la historia del pensamiento occidental.

Tales episodios biográficos ocurren antes de morir y han quedado registrados gracias a personas cercanas y biógrafos de los pensadores. Junto a este estudio biográfico del “morir de los sabios”, Bonete completa su exposición reflexionando sobre la visión de la muerte que ofrecen estos pensadores. Pero, en realidad, como deja ver a lo largo del trabajo, lo importante no es tanto el estudio de la parte de su pensamiento dedicada al problema de la muerte, cuanto cómo les ha confrontado a ellos la propia muerte. De esta manera, Bonete logra poner delante de nuestros ojos y en primer lugar a la muerte misma, para hacernos entender que lo que filósofos y pensadores en general han dicho sobre la muerte queda en un segundo plano frente al poder mismo de la muerte. Porque, contemplando la realidad de esta manera, podemos observar que es la muerte la que está por encima de toda persona siempre y en todo lugar, y que está por encima también de aquellos que han reflexionado sobre ella. Se manifiesta así una advertencia para todos aquellos que en algún momento de su vida han creído que estaban por encima de la muerte, sometidos a una ideología que les ha convencido de que podían tener dominio sobre ella o no estar sometidos al destino común que, desde su nacimiento, les espera.

El deseo de tener dominio sobre la muerte es el deseo de ser inmortal, el de ser de ser dioses que contemplan a la vida humana desde arriba, desde lo alto de los cielos, sin estar sometidos al tiempo, la finitud y el deterioro de la existencia que, irremediablemente, acaba siempre de la misma manera. En este sentido, lo específico y original del libro y la reflexión sobre la muerte que nos propone consiste no solamente en que estudie las teorías de la muerte de tales pensadores, sino también y sobretodo en hacer evidente los periodos más realistas -más realistas con respecto a la muerte- y miserables de las biografías de tales pensadores en que se han visto verdaderamente ante la muerte como un hecho insalvable que pone fin a sus vidas, lejos ya de aquellos periodos románticos idílicos en que componían ensayos sobre el morir humano desde una perspectiva abstracta -cuando todavía no estaban siendo afectados personalmente por la muerte- y en que pensaron que serían siempre -eternamente- jóvenes y no morirían -aunque no todos ellos-, aquellos periodos en que, conscientes o no, se concebían a sí mismos por encima de la mortalidad humana.

El estudio de estas biografías presenta una concepción más realista de la muerte por parte de los propios pensadores y filósofos porque todo cuanto pudieron decir en pretéritos tiempos lejos del final de su vida, o bien habría de desaparecer pronto o bien no se acercaba nada en absoluto hacia esa realidad total y absoluta que es la muerte humana.

Lo que le interesa a Bonete es entender sobre todo cómo tales pensadores vivieron la muerte, porque eso, como nos hace ver el libro, dice mucho más acerca de la muerte que las largas e interminables -al mismo tiempo que, paradójicamente, finitas- palabras y reflexiones sobre la muerte que han presentado estos filósofos. De manera que, aunque sí lo exponga, Bonete no pone tanto el acento sobre lo que tales pensadores quisieron decir sobre la muerte cuando todavía estaban lejos de ella de una manera intelectualista, teórica o filosófica, cuanto sobre cómo vivieron la muerte.

Asimismo, al estudiar cómo vivieron la muerte aquellos filósofos que reflexionaron sobre ella en aquellos días en que la contemplaban de lejos, podemos comprobar y tener una visión -y así nos la presenta Bonete- sobre si existe o no una coincidencia y una coherencia entre la forma en que vivieron la muerte y lo que anteriormente habían dicho con sus propias palabras acerca de ella.

La coherencia entre las visiones teóricas de la muerte y la propia vivencia de la muerte parece que sucede solo en algunos casos excepcionales, como en el de Agustín de Hipona (p. 150) o Kant (p. 276). En otros casos, como el de Santo Tomás (p. 244) o Zubiri (p.), quizá por falta de documentación al respecto, es más difícil decir que hubo una coherencia entre su visión en vida de la muerte y su visión de la muerte cuando esta les alcanzaba a toda prisa, sin ni siquiera dejarles aliento y tiempo para asimilar que llegaba su fin.

Para muchos pensadores, tanto la filosofía como la teología enseñan a morir. Su especificidad no reside en el conocimiento que nos brindan, ni en ser tan exactas y efectivas como las ciencias puras, sino en ayudarnos a tomar una actitud determinada ante el proceso de vivir en el que estamos insertados desde el nacimiento y, sobre todo, a tomar conciencia de que este proceso de un vivir es un vivir hacia la muerte (ser-para-la-muerte o “ser hacia la muerte”, Sein zum Tode, p. 108), un vivir finito que no se acepta fácilmente.

Así, un logro del libro consiste en haber demostrado que incluso en los grandes filósofos de la historia occidental cuando empieza a hacerse evidente su realidad mortal, y en todos aquellos que dedicaron parte de su vida a promover y divulgar que la muerte es el final, la visión sobre uno mismo empieza a cambiar y es sorprendente observar que lo que antes se miraba desde lejos ahora, cuando se tiene delante, hace cambiar la concepción de la propia identidad personal.

A partir de los documentos disponibles sobre el final de sus vidas, Bonete constata que estos filósofos toman distintas actitudes durante el proceso de aceptación de que lo que se vive se termina, y que algunos de ellos, sorprendentemente, se vuelven a Dios de forma desesperada y con la misma mirada de terror con la que el Angelus Novus de Walter Benjamin mira la historia humana, pero otros que parecían vivir de cara a Dios no lo parecen tanto en el final de su vida.

El absurdo y sin sentido aparece en otros autores que se dan cuenta al final de su vida que todo lo que dijeron sobre la muerte era un gran una pantomima edificada con argumentos y sofismas de papel, y que queda tan poco tiempo que su arrepentimiento no tiene el suficiente para producirse. Sienten que se ahogan y que son amordazados por una terrible angustia que les impide liberarse de las cadenas con las que ellos mismos se ataron; cuanto más intentan salirse de su propia falsedad acerca de la muerte, más aprieta y más intenta ésta arrastrarles hacia esa absurda mentira en la que han vivido, como un pozo oscuro del que ahora tratan de salir desesperadamente pero que, al haberse metido tan dentro y al estar tan cubiertos de su lodo putrefacto, el tiempo que les queda ya no es el suficiente para llevar a cabo el proceso de liberación de sus propias falsedades.

En esos últimos instantes de vida, el tiempo ahora escasea e incluso vive ya anticipadamente su acabamiento. El tiempo del que antes creían que disponían eternamente, ahora parece pasar tan rápido que no hay suficiente para hacer un proceso completo de arrepentimiento de sus propias falsedades sobre la muerte. Wittgenstein (p. 121) o Hume (p. ), que reflexionaron sobre el suicidio y la muerte, y que coquetearon dulcemente con los argumentos epicúreos acerca de la contraposición entre la vida y la muerte, y que contemplaban el suicidio como el ejercicio de la libre disposición del cuerpo y la vida propia así como una salida legítima al sufrimiento, ahora ven amargamente que esa muerte que querían que fuera legítimo desear ya no la soportan; no soportan su presencia cercana, no soportan que cada vez esté más cerca.

En los momentos finales de la vida se pierde y se destruye por fin ya la falsa y peligrosa apariencia de poder sobre la muerte que genera la sensación de que hay un control del tiempo. En esos momentos la angustia ya no solo no desaparece, sino que se acentúa progresivamente y lo que antes funcionaba -dejando pasar tiempo, la angustia desaparecía- ahora no desaparece la angustia, sino la persona. Ahora, al final de la vida, por fin se observa la realidad tal y como es, sin las distorsiones autoimpuestas en su percepción; ahora la persona es engullida por lo que antes se hacía desaparecer. Por fin, y para siempre, se hace presente la realidad que antes se evadía. Ahora, cuando más se necesita que pase rápido esa angustia, ésta se ha instalado para no marcharse. En el lodo oscuro al que se ha llegado por una vida errática y por una diaria falsificación de la muerte y de la condición humana como condición mortal, por una negación de la muerte continúa movida por el temor, la angustia se eterniza, y parece no tener fin, y ese pozo edificado con falacias sobre la muerte, se propone a sí mismo ahora —dado que ha cobrado vida propia dentro de sí— como su propia tumba.

Cuando las falacias sobre la muerte han sido tan constantes en el “pensamiento” de ciertos filósofos, es lógico que, cuando se impone la realidad de la muerte —esa que se han dedicado a negar con sus propias cavilaciones y elucubraciones falsas—, la sensación de ahogo sea tan grande que parecen estar experimentado en carne propia, ya por fin, lo que siempre ha deseado: que la muerte fuera el final.

Así, anticipándose a la realidad que negaban, empiezan a experimentar lo que ya no hay manera de remediar. Filósofos como Heidegger (p. 107) ejemplifican y cumplen con el perfil de autores que en algún momento han creído ser “autosuficientes”, sin ninguna sujeción existencial a Dios, pero que cuando la realidad de la existencia misma se ha acabado imponiendo contra su propia abstraccionista y falsificadora concepción de la vida humana, recurren corriendo, lleno de lodo, a Dios, para que le salve de esa oscuridad en la que se ha adentrado por sí mismo y a la que, al mismo tiempo, como un privilegiado se le invitó a repudiar.

En Heidegger y otros autores se aprecia que hay una distinción radical en su visión de la muerte cuando todavía estaban lejos de ella y su visión de la muerte cuando empezaban a ser afectados directa y existencialmente, en primera persona, por la muerte. Creyendo quizá que no llegaría ese momento o sin mirar hacia tal momento como si a ellos no les fuera a afectar como a los demás, la visión que presentan sobre la muerte al final de sus vidas —que se puede observar en los documentos que se han conservado y que son consultados y citados por el profesor Bonete— es muy distinta de la muerte y de la identidad personal frente a esta mortalidad real. Son, por sí mismos, los últimos momentos de sus vidas los que les hacen cambiar totalmente la visión que tienen de sí mismos, de quiénes son en relación con la muerte.

De esta manera, y para concluir, podemos decir que Bonete presenta una peculiar y realista visión de la muerte indagando y ahondando en quienes más han dedicado tiempo y espacio a la reflexión sobre la muerte, una reflexión que algunos de estos pensadores han considerado de forma ficticia un instrumento que les libraría de tener que pasar por ese acontecimiento radical en su vida. Lo que demuestran todas las biografías citadas es que la muerte se lleva a todos por delante, de la misma manera, igualándonos como seres finitos y débiles, extremadamente débiles.

Referencias

Bonete Perales, Enrique (2019). El morir de los sabios. Una mirada ética sobre la muerte. Tecnos. 2019, 318 pp.

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