ESTUDIOS

Filosofía, tecnología y educación. La lectura platónica de Neil Postman

Philosophy, technology and education. Platonic reading of Neil Postman

Delmiro Rocha Álvarez
Universidade de Santiago de Compostela, España

Filosofía, tecnología y educación. La lectura platónica de Neil Postman

Cuadernos de Pensamiento, núm. 35, pp. 237-258, 2022

Fundación Universitaria Española

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Recepción: 29 Agosto 2022

Revisado: 18 Octubre 2022

Aprobación: 19 Octubre 2022

Publicación: 30 Diciembre 2022

Resumen: A partir de la lectura que Neil Postman realiza del célebre pasaje del Fedro de Platón acerca de la invención de la escritura, este artículo pretende analizar qué principios incluidos en el viejo texto platónico son pertinentes hoy para reflexionar sobre una sociedad tecnológica. Una vez detectados y analizados estos principios, el artículo considera las consecuencias de su aplicación en el ámbito de la educación, especialmente en los dominios de las humanidades en general y de la filosofía en particular. El artículo trabaja con dos ideas de fondo. La primera consiste en analizar cómo las nuevas tecnologías implementan nuevas ideologías y, por consiguiente, no se limitan a ejercer como simples herramientas. La segunda consiste en pensar la educación como, a la vez, parte del problema y quizá la única vía de solución posible. En este sentido, la educación funcionaría como veneno y remedio, término que encontramos en el Fedro platónico enunciado como “pharmakon”.

Palabras clave: educación, escritura, ideología, nuevas tecnologías, pharmakon.

Abstract: Based on Neil Postman's reading of the famous passage from Plato's Phaedrus about the invention of writing, this article aims to analyze which principles from the old Platonic text are relevant to a present- day reflection on technological society. Once these principles have been detected and analyzed, this article considers the consequences of their application in the field of education, within the humanities, in general, and philosophy, in particular. This article works with two background ideas. The first consists of analyzing how new technologies implement new ideologies and, therefore, are not limited to acting as simple tools. The second is to think of education as both part of the problem and perhaps the only possible solution. In this sense, education would function as a poison and a remedy, a term that we find in the Platonic Phaedrus enunciated as “pharmakon”.

Keywords: education, ideology, new technologies, pharmakon, writing.

1. Introducción: La palabra del rey

La primera paradoja que se nos presenta al intentar hablar sobre la tecnología, al pretender pensarla, objetivarla en alguna medida, reflexionar sobre sus usos o consecuencias, etc., es que no podemos dejar de darla por sentado. Antes de empezar, ya nos hemos instalado en sus terrenos, ya estamos tecleando en un ordenador, o consultando alguna web con bibliografía, o releyendo la convocatoria que nos han hecho llegar vía correo electrónico. Nos vemos obligados a pensar sobre aquello que utilizamos para poder pensar, lo cual, como es obvio, no solo condiciona nuestro pensar, sino también las consecuencias que, mal que bien, seamos capaces de extraer acerca del objeto que tratamos de pensar.

En el fondo, la tecnología ya no la podemos pensar como objeto, pues funciona a la vez como objeto y sujeto. Nosotros no somos el sujeto que pensamos y la tecnología el objeto pensado, pues pensamos tecnológicamente. Esta primera paradoja es ya un éxito rotundo de la tecnología. Para hablar de la tecnología, hoy, en el siglo XXI, voy a empezar citando un texto del siglo IV a. C., en concreto un célebre pasaje del Fedro de Platón. En este, Sócrates le cuenta a su amigo Fedro lo siguiente:

“Pues bien, oí que había por Náucratis, en Egipto, uno de los antiguos dioses del lugar al que, por cierto, está consagrado el pájaro que llaman Ibis. El nombre de aquella divinidad era el de Theuth. Fue este quien, primero, descubrió el número y el cálculo, y, también, la geometría y la astronomía, y, además, el juego de damas y el de dados. Y, sobre todo, las letras. Por aquel entonces, era rey de todo Egipto Thamus, que vivía en la gran ciudad de la parte alta del país, que los griegos llaman la Tebas egipcia, así como a Thamus llaman Ammón. A él vino Theuth, y le mostraba sus artes, diciéndole que debían ser entregadas al resto de los egipcios. Pero él le preguntó cuál era la utilidad que cada una tenía, Y, conforme se las iba minuciosamente exponiendo, lo aprobaba o desaprobaba, según le pareciese bien o mal lo que decía. Pero, cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: “Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría.” Pero él le dijo: “[Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad”. (Platón: Fedro, 274c-275b)[2]

Veinticuatro siglos después, en el año 1992, el crítico cultural estadounidense Neil Postman publicó una de sus obras más lúcidas bajo el título de Tecnópolis. La rendición de la cultura a la tecnología. La hipótesis de partida consiste en afirmar que casi todo el mundo piensa que la tecnología es un amigo fiel. Básicamente, por dos razones. En primer lugar, porque nos hace la vida más fácil, más limpia y larga. En segundo lugar, porque la tecnología no aporta un análisis serio de sus propias consecuencias. De alguna manera, creemos que la tecnología nos salvará, tanto en la guerra como en la paz, apunta Postman (Postman, 1992, 10-11). El objetivo del libro es “describir cuándo, cómo y por qué se ha convertido la tecnología en un enemigo particularmente peligroso” (Postman, 1992, 10).

Y para cumplir con su objetivo —que no es aquí el mío— Postman empieza el primer capítulo citando el célebre pasaje del Fedro de Platón sobre la invención de la escritura (o de las letras, según la traducción de Gredos) que acabo de citar más arriba, pues está convencido —y aquí sí coincido con Postman— que en el conocido texto plátonico “se encuentran varios principios pertinentes a partir de los que podríamos aprender a reflexionar con prudente circunspección sobre una sociedad tecnológica” (Postman, 1992, 14). Analizar algunos de esos principios, será el objetivo de mi texto. Pues me parece que el estudio en el plano más básico posible sería la condición para poder armar un juicio político, ético o estético, y especialmente un juicio educativo acerca de la tecnología, pero un juicio que debiera ser la consecuencia del análisis, y no el punto de partida, como sin embargo parece funcionar en la obra de Postman. Llevar la tecnología a juicio implicaría que el análisis de las pruebas y los testimonios debe venir primero y la sentencia, de haberla, después. Igual que hizo el rey Thamus después de escuchar las razones de Theuth.

Y cabe destacar, antes de avanzar, que el contexto en el que desarrollo esta investigación acerca de la influencia de las tecnologías en el campo de las humanidades no es uno entre otros. Al contrario, coincide en el tiempo con el desarrollo de una nueva guerra en territorio europeo. En principio, una guerra entre dos naciones, pero que implica a muchas otras y amenaza con arrastrarlas a las aristas de su lógica. Un enfrentamiento particular de escala mundial en el cual la tecnología juega un papel central. No estoy seguro si hoy Postman mantendría aquella declaración de los años noventa en la que afirmaba que todos confiamos la salvación de forma ciega a los imparables avances de la tecnología.

Empezar citando el célebre texto platónico implica un recordatorio esencial que consistiría en afirmar que el cambio profundo fruto de la implementación de las nuevas tecnologías a todos los niveles de la vida no es algo nuevo. Podríamos analizar en paralelo muchos descubrimientos tecnológicos a lo largo de la historia cuya radical influencia cambió el mundo por completo. La imprenta, por ejemplo. Sin embargo, en la propia esencia de la imprenta se encuentra, quizá, el único ejemplo que podríamos comparar con lo que hoy denominamos nuevas tecnologías, al menos en lo que a su radical impacto sobre la humanidad se refiere: la escritura. Esta fue en su momento una nueva tecnología cuya potencialidad era imposible de medir y que llegó para cambiar el mundo por completo. En este orden, y si la analogía es acertada, el análisis de los principios fundamentales de aquel cambio podría darnos las claves para pensar el actual. Esta es la posición de la que parte el texto de Postman.

Todavía inicialmente, en el exergo o prefacio del análisis, me parece que hay otro elemento que la analogía entre el impacto de la escritura y las nuevas tecnologías aflora. Se trata de una falla en la terminología actual, pues denominar “nuevas tecnologías”, o simplemente “tecnología”, a algo que se pretende radicalmente nuevo es simplemente vacuo, por no decir vano. La escritura también fue una nueva tecnología, igual que la imprenta, el reloj mecánico, la polea o el martillo. Sin embargo, a diferencia de estos ejemplos, las denominadas “nuevas tecnologías” no se definen en su concepto. Todavía más trivial, incluso presuntuoso, parece el genérico “tecnologías”, pues parece ignorar deliberadamente una larguísima y frondosa tradición filosófica que se cobija en el concepto teckné[3] y que nos remontaría al menos hasta los textos platónicos y aristotélicos.

2. El rey proscribe la tecnología

Postman destaca que el texto platónico nos proporciona elementos de reflexión válidos para pensar las sociedades tecnológicas actuales incluso allí donde se equivoca. De hecho, el primer dato relevante que resalta es precisamente lo que él denomina un error platónico.

Según Postman, el error de Thamus no consiste en afirmar que la tecnología dañará la memoria, sino en creer que la escritura solamente traería cosas negativas. Es decir, Thamus centra su contraargumento en lo pernicioso del invento, pero no concede espacio para analizar las posibles consecuencias positivas de aquel. “De lo cual -afirma Postman- podemos aprender que es una equivocación el suponer que cualquier innovación tecnológica tiene un efecto unilateral. Toda tecnología supone tanto una carga como un beneficio; no lo uno o lo otro, sino lo uno y lo otro” (Postman, 1992, 15). Lo cierto es que una lectura rigurosa del texto platónico no podría atribuir semejante unilateralidad a Thamus, pues Platón indica claramente que “muchas, según se cuentan, son las observaciones que, a favor o en contra de cada arte, hizo Thamus a Theuth” (Platón, Fedro, 274e) y que si no las expone todas es solamente por pura economía. Sin embargo, esto no indica que Postman no sea un lector atento —en realidad su texto es explícitamente consciente de este hecho— pero prefiere volcar la fuerza de su argumento en el énfasis inicial que Thamus ejerce sobre lo negativo que la tecnología de la escritura traería a su pueblo.

Si bien esta afirmación inicial pudiera parecer demasiado obvia y poco original, Postman la utiliza para blandir una primera crítica a la sociedad contemporánea al afirmar que estamos “rodeados de multitudes de entusiastas Theuths” (Postman, 1992, 15), a los que llama “profetas tuertos”, que, del mismo modo que ocurría con el rey Thamus, aunque invirtiendo el argumento, no dejan de predicar a los cuatro vientos las innumerables ventajas de la tecnología, pero esconden o simplemente son incapaces de ver todo lo dañino y potencialmente destructor que acarrea. A estos entusiastas Theuths, profetas tuertos que Postman considera muy peligrosos, los denomina tecnófilos. Están obnubilados por la maravillosa luz que emite la novedosa tecnología, como un amor juvenil o una infantil creencia, y son incapaces de detectar agravio alguno. Pero también cabe recordar que lo mismo ocurriría con los críticos thamusianos que solo ven elementos perniciosos por todas partes. Lo decisivo es que “toda cultura se ve obligada a negociar con la tecnología; que lo haga con inteligencia o no es otra cuestión” (Postman, 1992, 15).

3. La tecnología no es neutral

Esta primera evidencia que acabamos de ver, muy básica pero esencial, y que se deduce de un error en el juicio del rey Thamus, se complementa con otra ni tan obvia, ni tampoco sacada de un error. En este caso, se trataría más bien de una omisión. En efecto, cuando Theuth le presenta la invención de la escritura al rey Thamus, este asume sin más dilación y sin argumento explicativo alguno que la tecnología no es neutral. Entiende, sin necesidad de dar cuenta de ello, que no está ante algo imparcial.

Hoy escuchamos por doquier el argumento que atribuye el beneficio o el perjuicio que de la tecnología se deriva a la utilización que se haga de esta. Es el argumento estrella de los profetas tuertos, pues en un mismo gesto exime de responsabilidad a la tecnología que venden y se la carga al usuario que la compra. Sin embargo, según Postman, el rey Thamus consideraría este argumento como una ingenuidad completa. Sería como decirle al alumnado, “te enseño a escribir, pero solo puedes emplear esta tecnología para escribir cosas serias”. En este punto, Postman tira de su habitual sarcasmo para sugerir que la escritura seria dejaría fuera a las humanidades en general y a la filosofía en particular. Sin embargo, lo decisivo del asunto, como apunta Postman, no estriba en qué tipo de cosas puedan escribir aquellos que dominen la tecnología de la escritura, eso le trae sin cuidado al rey Thamus, lo que realmente le preocupaba al rey de los egipcios es que escriban. El peligro no reside en los contenidos de los escritos, sino en el hecho de poder escribir. Es decir, la amenaza no está en el uso de la tecnología, como tratan de hacernos creer los profetas tuertos, sino en los usos que esta posibilita. Este es precisamente el argumento con el que el rey Thamus rechaza incorporar la invención de la escritura a su pueblo, a pesar de los beneficios que promete contra el olvido.

En opinión de Postman, la enseñanza que podemos extraer en este punto consiste en afirmar que “una vez que se admite una tecnología, esta llega hasta el final; hace aquello para lo que está proyectada” (Postman, 1992, 18). Es decir, que, si se aprende a escribir, la posibilidad de escribir todo aquello que la escritura permita escribir permanecerá irremediablemente abierta. Las prohibiciones posteriores que intenten limitar el uso de la tecnología -de la escritura en este caso-, ya sean prohibiciones de tipo legal o moral o cualquier otro, no serán más que débiles obstáculos que tanto pueden retrasar ciertos usos de aquella como motivarlos. O dicho de forma más contundente y tristemente contemporánea, si se inventa una bomba atómica, lo más probable es que se haga explotar en algún momento. Al menos, como posibilidad, su explosión será siempre presente. Por este motivo, la tarea de los estudios críticos, como la filosofía en particular y las humanidades en general, no debiera limitarse a pensar los límites de la utilización de las tecnologías, labor que detenta esa parte de la filosofía que denominamos ética, sino en pensar de raíz el proyecto que toda nueva tecnología esconde. Y esto se vuelve necesario pues en muchas ocasiones, sino en todas, hasta los propios inventores desconocen la potencialidad de su invento. Esta es también la acusación del rey Thamus hacia Theuth.

Allí donde Theuth ve un remedio para la memoria, Thamus ve un veneno para la sabiduría. Y no podemos olvidar que en el griego platónico la palabra “remedio” y “veneno” es una y la misma: pharmakon. Según la lectura de este mismo pasaje del Fedro de Platón que lleva a cabo el pensador argelino-francés Jacques Derrida, es precisamente ese “pharmakon” lo que rechaza el rey, aquello de lo que desconfía y desdeña desde su posición de padre. Esto es, desde la posición de aquel que detenta la palabra y el poder de la palabra, el logos paterno de la metafísica occidental[4].

4. La tecnología y el lenguaje

Una de las intervenciones más evidentes de la introducción de una nueva tecnología en una cultura determinada es la que se produce en el lenguaje. Como es obvio, si el sabio rey Thamus apareciese hoy entre nosotros no entendería palabras como ordenador, tuit o smartphone. Hasta aquí no hay nada peyorativo en sí mismo, pues las cosas nuevas necesitan palabras nuevas, nombres que las identifiquen y les otorguen existencia. Como decía Wittgenstein en su proposición 5.6 del Tractatus logico-philosophicus: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” (Wittgenstein, 2009, 105). Sin embargo, una intervención, más silenciosa y autoritaria, tiene lugar en el lenguaje. Silenciosa porque no se aprecia, no se ve, no modifica, aparentemente, la palabra que afecta. Autoritaria, precisamente, porque en virtud de su sigilo se impone evitando la contestación y la crítica. No me refiero a las palabras nuevas que la nueva tecnología trae consigo, sino a la intervención en el significado de las viejas palabras a las que afecta sin modificar su apariencia externa. Postman lo explica así:

“El telégrafo y la prensa barata cambiaron lo que hace tiempo queríamos decir con “información”. La televisión cambia lo que una vez señalábamos con los términos “debate político”, “noticias” y “opinión pública”. El ordenador altera de nuevo el significado de “información”. La escritura modificó lo que antes denominábamos “verdad” y “ley”; la imprenta volvió a cambiarlo y, ahora, la televisión y el ordenador lo transforman una vez más”. (Postman, 1992, 19)

Las palabras nuevas que nombran los nuevos objetos que la tecnología impone no solo amplía el surtido de cosas a nuestro alcance, sino que modifica el significado de aquellas viejas palabras sobre las que se edifica una cultura. Dicho de otra forma, lo decisivo no es el cambio que supone la aparición de la palabra smartphone, sino el cambio que el smartphone supone en la definición de palabras fundamentales como libertad, verdad, justicia o sabiduría. La diferencia es la siguiente: allí donde los tecnófilos, o profetas tuertos como los denomina Postman, tienden a decirnos que las nuevas tecnologías refuerzan los significados de aquellas palabras fundamentales, en cambio, el rey Thamus opinaba que lo modifican. Según los tecnófilos aprendices de Theuth, la libertad sigue siendo la misma de siempre, por eso no le cambian el nombre, pero se alcanza más fácilmente gracias a internet, al tren de alta velocidad o a los sistemas de defensa antiaérea. Por el contrario, para los fieles thamusianos lo que modifica estas nuevas tecnologías es aquella vieja libertad. Así, sería del todo pertinente darle un nuevo nombre. Se me ocurren cosas tan poco estéticas como “Tecnolibertad” o “smartfreedom”. Y dejar la vieja palabra “libertad” en el museo de la historia, igual que conservamos el telégrafo o el papiro. Y es precisamente en este sentido en el que ya observamos ciertos cambios como la reciente aparición en el debate público de la —en mi opinión, infeliz palabra— “postverdad”.

5. La inmerecida reputación de sabio

Postman parte de las teorías sobre los medios de comunicación que elaboró el economista canadiense Harold Innis a mediados del siglo XX. Este hacía notar con acierto la formación de nuevos “monopolios del conocimiento” -es su expresión- derivados de la implementación de nuevas tecnologías. Aquellos grupos que dominen las técnicas, las materias y la capacidad de imponer la nueva tecnología a la sociedad, en aras de sus beneficios, acumularán ingentes dosis de poder, y no se trata simplemente de un poder económico. De lo cual, apunta Postman, podemos concluir “que los beneficios y perjuicios de una nueva tecnología no se distribuyen equitativamente. Por así decirlo, hay ganadores y perdedores” (Postman, 1992, 20).

Parece claro que las grandes corporaciones tecnológicas de hoy gozan de una posición privilegiada, no solo económicamente, sino también desde un punto de vista estructural. Pues no se trata simplemente de enormes beneficios económicos, sino de una posición estratégica con respecto a poblaciones enteras. Muy pocos estarían dispuestos hoy a renunciar a una conexión a internet en el domicilio o a olvidarse del teléfono móvil. Por no referirse a elementos tecnológicos ya considerados básicos, incluso obsoletos, como la televisión o la radio, pero que se utilizan a diario en todo el planeta. Pocos, o casi ninguno de nosotros estaríamos por la labor de someternos a semejantes renuncias, pero todavía menos lo estarían las instituciones y las grandes corporaciones que las sostienen. La banca, los transportes, las fuerzas armadas, los poderes públicos y privados, todos dependen y se benefician de este nuevo sector. Lo que no está tan claro es en qué medida nos hemos beneficiado los demás, si seguimos trabajando las mismas horas, o más, y en muchos casos por salarios cada vez más bajos. Postman lo plantea así:

¿Hasta qué punto la tecnología del ordenador ha significado una ayuda para la mayoría de la gente? ¿Les ha servido de algo a los metalúrgicos, los propietarios de verdulerías, los profesores, los mecánicos de coches, los músicos, los albañiles, los dentistas y la mayoría de los demás en cuyas vidas se inmiscuye ahora el ordenador? Sus asuntos privados se han vuelto más accesibles para las instituciones poderosas. Son rastreados y controlados más fácilmente, están sometidos a más inspecciones; se quedan cada vez más desconcertados ante las decisiones que se toman sobre ellos; a menudo se ven reducidos a simples objetos numéricos. Son inundados de publicidad por correo. Se han convertido en objetos fáciles para agencias de publicidad y organizaciones políticas. Las escuelas enseñan a sus hijos a que trabajen con sistemas informatizados, en lugar de enseñarles algo más valioso. En una palabra, a los perdedores, la nueva tecnología no les ofrece prácticamente nada de lo que necesitan; por eso son perdedores. (Postman, 1992, 22)

Es innegable lo ventajoso que resulta el hecho de poder recibir una llamada de un ser querido que acaba de aterrizar en la otra parte del planeta y saber que se encuentra bien sin esperar un mes a recibir su postal, sin embargo, como apuntaba Freud en El malestar en la cultura, esa llamada se vuelve necesaria para un gran número de ciudadanos desde que la tecnología del ferrocarril, ahora diremos sobre todo la tecnología de la navegación aérea, permite salvar las distancias territoriales con relativa facilidad[5]. La cuestión de fondo es que las necesidades se crean primero y luego exigen su cobertura.

De los peligros de estos nuevos monopolios del conocimiento que, en la medida en que desplazan a antiguos monopolios, crean nuevas necesidades y deseos era ya muy consciente el rey Thamus cuando criticaba la escritura ante su inventor. En primer lugar, porque la escritura suponía una amenaza directa a la soberanía de un rey que basaba su poder en la palabra. La palabra del rey significaba ante todo ley, lo cual quiere decir orden y jurisprudencia, pero también lealtad e incluso cariño. Con todo, más allá de la ley, la palabra del rey significaba también verdad, justicia y sabiduría. Como apuntan las investigaciones del catedrático de filosofía antigua Quintín Racionero, especialmente en sus Lecciones de Historia de la Filosofía Antigua y medieval. El Espíritu Griego, así como en su El discurso de los reyes, el rey era rey principalmente en virtud del dominio de la producción de la sabiduría y del significado de sabiduría. De ahí se deriva el origen de la filosofía y el hecho de que todos los primeros filósofos eran reyes. Y es en este sentido por lo que el rey Thamus desconfiaba de la nueva tecnología de la escritura, pues no solo implicaba una pérdida de poder, sino, en segundo lugar, la transformación de la idea de sabiduría en la que aquel poder se fundamentaba.

Las nuevas élites que dominan el arte de la nueva tecnología recién llegada harán creer a los que no tienen competencia que ese conocimiento especializado es la nueva forma de la sabiduría. “Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad”, decía Thamus, pues saber programación cuántica, por ejemplo, no es lo que te convierte en sabio, sino la capacidad de discernir entre lo beneficioso y lo perjudicial de encumbrar las competencias de la programación y generar una élite a su amparo. Es decir, la aptitud y la disposición para tomar una decisión sin dejarse llevar por las apariencias, ese es el verdadero papel del rey Thamus, aquello que efectivamente lo convierte en rey.

6. El fin de los maestros

Hay otro elemento esencial que tiene que ver con la afección al concepto de sabiduría y que levanta la suspicacia del rey de los egipcios. Se trata del efecto de las nuevas tecnologías sobre la educación.

En opinión de Thamus, la escritura es peligrosa porque desengancha al aprendiz del maestro o, dicho contemporáneamente, al alumnado del profesorado. Si bien el rey de los egipcios le concede a Theuth que la escritura aumentará la capacidad de los jóvenes de adquirir información, critica que esta se confundirá con la sabiduría. Pues el hecho de tener a disposición una gran cantidad de datos no convierte a su poseedor en sabio, de hecho, bien puede, según Thamus, seguir siendo un perfecto ignorante. Lo esencial es que para el rey del Tebas egipcio la mera información sin la instrucción adecuada no se convierte en sabiduría, y además puede tornarse harto peligrosa, pues los que posean esa información se creerán a sí mismos tan sabios que actuarán como si lo fueran y determinarán, es decir, decidirán, sobre el futuro de poblaciones enteras.

La cuestión es más delicada de lo que parece y admite muchas interpretaciones. Pero parece claro que el hecho de tener todas las respuestas del momento en un libro a tu alcance[6], o en el buscador de google, no nutre inmediatamente mi espíritu, ni me convierte en mejor persona, ni me capacita para tomar la decisión adecuada. Antaño se distinguía entre erudición, persona que conoce muchos datos, e inteligencia, capacidad para interpretarlos y resolver problemas concretos. Hoy, la palabra erudición ha desaparecido de nuestro vocabulario convencional, para qué voy a memorizar datos si ya tengo un buscador en mi smartphone, podría argumentar cualquiera. La memoria ya no vale lo que valía. Dejamos de ennoblecer, incluso de nombrar, la erudición en la medida en que las nuevas tecnologías nos pueden convertir a todos en eruditos, pero ciertamente no en inteligentes.

La contemporánea actitud de despreciar los textos antiguos pensando que nada pueden enseñarnos, pues ciertamente nada sabía Platón de física cuántica o de sistemas de computación contemporáneos, se fundamenta en esta confusión entre información y sabiduría, entre erudición e inteligencia. Pero lo que sí sabía Platón, y no por erudición sino por inteligencia, es que la introducción de una nueva y poderosa tecnología como lo era en su momento la escritura —la cual solo una élite, a la que él mismo pertenecía, dominaba—, no se limita a ejercer como instrumento neutral y aséptico para nuestros fines, sino que los transforma por completo. La nueva tecnología de la escritura o de la computación cincela un nuevo horizonte ideológico. En mi opinión, hacer consciente ese horizonte para poder decidir sobre él y no sobre su sombra, es la tarea del pensamiento crítico.

El rey Thamus temía que por culpa de la escritura los aprendices creyesen que ya no necesitaban a sus maestros. En buena parte tenían razón los aprendices. Se produjo una lucha entre la palabra y la escritura, y el maestro tuvo que adaptarse a la palabra escrita. La invención de la imprenta en el siglo XV hizo el resto. Con el nacimiento de la escuela moderna, a mediados del siglo XVIII, la escuela estaba completamente dominada por la escritura. Theuth había vencido la oposición del rey Thamus. Quien dominaba la nueva tecnología de la escritura se convertía inmediatamente en élite. No solo económica, sino también estructural. No solo ganaba buen dinero, sino que dominaba culturalmente la nueva ideología de la sociedad. Había diseñado los fines de esta. De tal forma aprendemos que más allá de la transformación práctica que una nueva herramienta pueda suponer, también introduce, de forma más silenciosa y autoritaria, una transformación ideológica muy difícil, sino imposible, de prever. Un buen ejemplo que Postman utiliza (Postman, 1992, 27) lo ilustra la invención del reloj mecánico que, supuestamente, idearon los monjes benedictinos para dar precisión a sus estrictos periodos de oración diaria. Lo que inicialmente era un aparato para mejorar la devoción divina, acabó convirtiéndose en un medio de control humano sin el cual no sería entendible la revolución industrial y el capitalismo más despiadado.

También las escuelas están dominadas por el reloj, pero hoy tenemos en las aulas una versión más sofisticada de aquel temor thamusiano. Según el análisis de Postman, la introducción de la computadora en las escuelas viene a romper una paz de más de cuatrocientos años establecida gracias a la convivencia entre, por un lado, la palabra impresa, que otorga orden y rigor, pero también introspección y aislamiento, y, por otro lado, la oralidad, que aporta espontaneidad y ligero caos, pero también franqueza y espíritu gregario. Esta paz entre dos medios, basada en la convivencia, se altera con la llegada de un nuevo medio que exige su espacio y pretende su monopolio.

De nuevo, dos poderosos medios se enfrentan por conseguir educar las mentes a su manera. Pero ocurre que las nuevas tecnologías han colonizado los espacios vitales de los nuevos individuos de la sociedad antes de que estos se introduzcan en las instituciones educativas. De tal forma que, cuando aquellas mentes formadas –Postman dice “deformadas” (Postman, 1992, 29)— por lo telemático y lo televisual, por lo inmediato, por la gratificación rápida y la estimulación emocional, entran en el aula, se dan de bruces con un mundo dominado por la disciplina, el rigor lógico, la historia, la pausa y el distanciamiento que exige la palabra escrita.

La decepción es previsible, en muchos casos inmediata, y su respuesta, tan previsible como inmediata, es el rechazo. Y fracasan, claro. Pero no por falta de capacidad o por vagancia, desde luego no por estupidez o escasa inteligencia, sino porque se ven atrapados en medio de una guerra de medios que pujan por el control de sus mentes. Es lo que en terminología bélica se denomina “estar en tierra de nadie”, la peor de las posiciones. Aquellos que se adaptan rápidamente al nuevo ambiente, para sobrevivir, no porque les agrade, podemos considerarlos unos verdaderos héroes. Probablemente por eso los condecoramos con sobresalientes.

7. Conclusiones: tecnología-ecología-ideología

No sabemos quién ganará la guerra. La mayoría de los jefes militares de las aulas, el profesorado, sigue del lado de la palabra escrita. No así el alumnado que cada año y de unos treinta en treinta engordan sus filas y al que obedecen a regañadientes por mera supervivencia. Con un poco de suerte, puede que el profesorado permita al alumnado discutir qué medio es el más adecuado para el buen desarrollo del aula. Esto es muy importante —y en mi experiencia también muy útil— pero, sin duda, no es lo esencial. Pues, en el fondo, la discusión entre qué medio o herramienta es más eficaz es solo aparente y, ciertamente, secundaria. El verdadero debate consiste en que las nuevas tecnologías no son asépticas e introducen nuevas ideologías. En un libro anterior, publicado en 1969 bajo el título de La enseñanza como actividad crítica, Neil Postman, junto con Charles Weintgartner, expresan esta misma idea del siguiente modo:

“Un cambio en las circunstancias ambientales raramente tiene sólo un carácter aditivo o lineal. Raramente, si es que ocurre alguna vez, sobrevivirá tu medio ambiente con la única variante de la adición de un nuevo elemento: una imprenta o un enchufe. A lo que te enfrentarás será a un medio completamente nuevo, que exigirá de ti un repertorio completo de nuevas técnicas de supervivencia. Nunca resulta esto más cierto que cuando los elementos son de tipo tecnológico. Luego, en ningún aspecto, poseerá el nuevo medio una diferencia tan radical con respecto al antiguo como en el de las formas de vida políticas y sociales. Cuando enchufas algún aparato, algo se conecta también dentro de ti. Esto significa que necesitarás nuevos patrones de defensa, percepción, comprensión y evaluación. Necesitarás un nuevo tipo de educación”. (Postman y Weingartner, 1973, 22-23)

Más adelante veremos cómo esta misma idea “ecológica” se repite en la lectura platónica que Postman lleva a cabo en Tecnopolis. La rendición de la cultura a la tecnología que aquí analizamos. Por el momento, cabe decir que lo esencial radica en entender que el mundo del alumnado educado tecnológicamente a través de lo que Lipovetsky llamaba la “pantalla global”[7] es un mundo al que su profesor no pertenece de la misma manera, y por lo tanto no comprende, y al que probablemente teme, igual que Thamus temía a la escritura. Frank Miceli, del Departamento de Educación de Virgin Islands, Estados Unidos de América, decía en un artículo titulado “Educación y realidad”: “Cuando el proceso escolar se viene abajo, es decir, cuando los estudiantes abandonan los estudios, podemos tener casi la certeza absoluta de que el origen del fracaso está en el hecho de que el contenido de la cabeza del profesor no guarda la debida relación con el contenido de la cabeza del estudiante” (citado en Postman y Weingartner, 1973, 189-190).

Lo primario es que cada nueva tecnología, si resulta victoriosa en su guerra por el monopolio de las mentes, se refuerza y organiza colonizando las instituciones y adaptándolas o creándolas según sus intereses. Esto explica que cada vez que una nueva y poderosa tecnología aparece y suplanta o desplaza a la vieja tecnología, inmediatamente las viejas instituciones se ven amenazadas y se protegen, resisten, intentan sobrevivir, se vuelven autoritarias y tradicionalistas. Por eso decimos que toda institución es conservadora por definición. Lo que se produce es una crisis cultural a gran escala. Y todo esto no es culpa del alumnado, ciertamente, pero tampoco del profesorado. Ambos agotan sus esfuerzos tecnológicos en conseguir soluciones rápidas para problemas concretos, ya sean de tipo matemático, económico o lingüístico, sin embargo, todo indica que deberían preocuparse un poco más por las aristas sociales de ese nuevo mundo que el ordenador está configurando.

Sin duda, Postman ve en la educación el único camino viable para salir lo menos perjudicados posible de la inmensa y problemática crisis cultural que supone la introducción masiva de las nuevas tecnologías en nuestras vidas. Con todo, y aunque la educación sea el remedio, Postman es muy crítico y también pesimista con los sistemas educativos occidentales, a los que acusa de vivir en el pasado y de limitarse a proporcionar información que también pertenece al pasado. No podemos negar la funcionalidad de este sistema en el pasado, pero lo que se pone en duda es su utilidad en el presente.

El argumento lo desarrolla Alfred North Whitehead en su The Adventure of Ideas, donde postula (Whitehead, 1993, 92-93) que ya no podemos seguir construyendo la educación sobre el prejuicio de que cada nueva generación desarrollará su vida en unas condiciones que se asemejan en casi todo a la anterior. Según Whitehead, es la primera vez en toda la historia de la humanidad en la que este supuesto aparece como radicalmente falso. En este sentido, la educación aparece en los textos de Postman no solo como la solución, sino también como el problema. Es, a un tiempo, un remedio y un veneno: el pharmakon platónico.

La educación actuaría como veneno al menos en dos sentidos. Por un lado, en cuanto mera transmisora de información anticuada que no se adapta a la nueva realidad en la que vive el alumnado. Por el otro, sucumbiendo a las directrices de la nueva realidad que convierte la tecnología en un fin en sí misma. Postman desarrolla su teoría sobre la nueva ideología en un afamado libro titulado Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del “show business”.

En esta obra postula que la nueva ideología es la diversión y que se desarrolla de forma masiva a través de lo que él llama la “televisión”, que podemos equiparar con los medios de difusión masivos que han colonizado la realidad a través de la implementación de las nuevas tecnologías. Su crítica a la televisión se dirige a la cultura del entretenimiento como sustituto de cualquier otra experiencia. Si no me divierte, no me vale, cambio de canal. Según él, de la cultura textual se pasó a la cultura del espectáculo, empleando a la masa como “vecindario único” y obviando cualquier diferencia. Todos quieren divertirse.

La tecnología de la fotografía profundizó el problema porque no pretende complementar la cultura textual, sino sustituirla. El objetivo ahora es la fascinación. La aparición de la televisión y las redes colaborativas, si bien tienen un potencial liberador, siguen estando principalmente dominadas por la nueva ideología de la diversión. Uno de los puntos fuertes de esta ideología es que no forma parte de un plan maquiavélico, sino que se impone incluso ante estos. Y esto se debe, como ya apuntaba en Tecnópolis, a que nadie ve en la tecnología a un enemigo ideológico, sino a un amigo fiel. Y frente a esta nueva ideología de la diversión comandada sin dirección por las nuevas tecnologías, dice Postman, es muy difícil luchar y los filósofos nos han fallado.

¿Quién está preparado para luchar contra un mar de diversiones? ¿A quién y cuándo nos quejamos, y en qué tono de voz, cuando un discurso serio se disuelve en risas estúpidas? ¿Cuál es el antídoto para una cultura que se consume en risas? Me temo que nuestros filósofos no nos han guiado en esta cuestión. Sus advertencias han ido dirigidas, como de costumbre, en contra de esas ideologías conscientemente formuladas que apelan a las peores tendencias de la naturaleza humana. Pero lo que está ocurriendo en Estados Unidos no es el designio de una ideología articulada. Ni Mi lucha ni El manifiesto comunista anunciaron su venida. Viene como una consecuencia no intencionada de un cambio dramático en nuestros modos de conversación pública. Sin embargo, es una ideología, porque impone un estilo de vida, un tipo de relaciones humanas y de ideas, sobre las cuales no hay consenso, ni discusión, ni oposición, sino solo conformidad. La conciencia pública todavía no ha asimilado el hecho de que la tecnología es ideología. (Postman, 1991, 164-165)

La fuerza poderosa de esta nueva ideología de la diversión consiste en que no se impone por la fuerza, al contrario, es requerida por todos. Cuando en los años ochenta en Estados Unidos todos temían que las predicciones orwelianias de 1984 acerca de una dictadura tecnológica se hiciesen realidad y una tiranía se alzase con el poder por la fuerza, argumenta Postman demostrando ser un excelente crítico literario, lo que acabó ocurriendo fue que la distopía tecnológica que Huxley profetizó en Un mundo feliz impuso su autocensura sin sables ni contestaciones.

Ante esta situación, de la que no está exenta el sistema educativo en su conjunto, Postman cree que otra educación es posible. Sin embargo, la única educación posible no se podría limitar ya a “informar” sino que debe convertir al alumnado en lo que Hemingway llamaba un detector de mentiras. “La historia de nuestra intelectualidad es la crónica de la angustia y sufrimientos de unos hombres que intentaron ayudar a sus contemporáneos a ver qué parte de sus convicciones más íntimas eran conceptos erróneos, prejuicios, supersticiones e incluso mentiras descaradas” (Postman y Weingartner, 1973, p. 19). Ante tan peculiar filosofía de la historia, propone convertir las escuelas en lo que Norbert Weiner denominaba “sistemas de alerta antientrópicos”[8], es decir, en formar sujetos capaces de detectar cuándo y por qué un modelo social empieza a desintegrarse inexorablemente.

Según argumenta Postman en Tecnópolis, “el cambio tecnológico no es ni suma ni resta, es ecológico” (Postman, 1992, 31), pues la introducción de un nuevo organismo en un viejo hábitat lo trasforma por completo. De esto ya se había dado cuenta el rey Thamus y en eso fundamentó su rechazo de la escritura ante Theuth. La situación contemporánea es semejante. El alumnado de hoy no es el alumnado de ayer más un ordenador bajo el brazo, sino que es un alumnado completamente diferente, que exige unas instituciones diferentes y que configurará un mundo diferente. Que eso se produzca “gracias” a las nuevas tecnologías o por “culpa” de las nuevas tecnologías, ya lo veremos.

8. Bibliografía

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Notas

[2] Ante las distintas traducciones disponibles, utilizo aquí la traducción castellana publicada en Diálogos Vol. III, Madrid, Gredos, 1988, pp. 401-404, y realizada por C. García Gual, M. Martínez Hernández y E. Lledó Íñigo, pues me parece la más adecuada. Con todo, esta traducción opta por el término “letras” en lugar de “escritura”, como en cambio hacía la clásica traducción de Azcarate. A lo largo del artículo emplearé la palabra “escritura” en el sentido de este último.
[3] Este antiguo concepto obtiene su mayor desarrollo en el presente filosófico bajo la pluma de Martin Heidegger, quien no solo analiza en profundidad su genealogía griega y su influencia en el pensamiento occidental, sino que desarrolla una fuerte crítica a la técnica contemporánea en la medida en que esta olvida las esencias. Para Heidegger, la esencia de la técnica no es técnica (ver Heidegger, 1994, 9-38).
[4] “El fármacon es aquí presentado al padre y por él rechazado, rebajado, abandonado, desconsiderado. El padre desconfía y vigila siempre la escritura. […] permanencia de un esquema platónico que asigna el origen y el poder de la palabra, precisamente del logos, a la posición paternal. No es que eso se produzca sólo y por excelencia en Platón. Se sabe o se imagina con facilidad. Pero sí que el «platonismo», que instala a toda la metafísica occidental en su conceptualidad, no escapa a la generalidad de esa obligación estructural” (Derrida, 1975, 112).
[5] “Podríamos mencionar todavía una larga serie de tales beneficios, que debemos a la tan vilipendiada época del progreso técnico y científico. Pero en este punto se hace oír la voz de la crítica pesimista y advierte que la mayoría de estas satisfacciones siguieron el modelo de aquel «contento barato» elogiado en cierta anécdota: Uno se procura ese goce cuando en una helada noche de invierno saca una pierna desnuda fuera de las cobijas y después la recoge. Si no hubiera ferrocarriles que vencieran las distancias, el hijo jamás habría abandonado la ciudad paterna, y no haría falta teléfono alguno para escuchar su voz” (Freud, 1976, 87).
[6] Este era el sueño de los enciclopedistas que Diderot y d´Alembert llevaron a cabo en el siglo XVIII. Con todo, aunque ambos se lleven el merecido prestigio, cabe recordar que los veintiocho volúmenes que tiene la edición original no fueron, ni podrían haber sido, elaborados solamente por dos personas. Se desconoce la autoría de muchos de los textos allí recogidos. Destacan las firmas de Rousseau, Châtelet o Montesquieu, entre muchos otros. Para un estudio rico y detallado sobre los enciclopedistas se recomienda la obra de F. A. Kafker The Encyclopedists as individuals: a biographical dictionary of the authors of the Encyclopédie.
[7] “La red de las pantallas ha transformado nuestra forma de vivir, nuestra relación con la información, con el espacio-tiempo, con los viajes y el consumo:2 se ha convertido en un instrumento de comunicación y de información, en un intermediario casi inevitable en nuestras relaciones con el mundo y con los demás. Vivir es, de manera creciente, estar pegado a la pantalla y conectado a la red” (Lipovetsky y Serroy, 2009, p. 271).
[8] “Ciertas clases de máquinas y algunos organismos vivientes, particularmente los superiores pueden modificar sus modos de conducta, basándose en la experiencia anterior, para obtener fines específicos antientrópicos. En esas clases superiores de organismos capaces de comunicarse, el ambiente, considerado como la experiencia pasada del individuo, puede modificar la forma de conducta, transformándola de tal manera que, en un sentido u otro, actúe de manera más efectiva sobre el medio futuro. En otras palabras, el organismo no se parece al mecanismo de relojería de las mónadas leibnitzianas y su armonía preestablecida con el universo, sino que realmente busca un nuevo equilibrio con él y sus contingencias futuras. Su presente es distinto de su pasado y de su futuro. En el organismo viviente, así como en el universo, la repetición exacta es absolutamente imposible” (Weiner, 1958, 45).

Información adicional

Información sobre el autor:: Doctor Europeo en Filosofía por la UNED y Ph.D por la Université Charles-de-Gaulle Lille3 (Francia), donde trabajó como investigador con una beca FPI y recibió el premio extraordinario de doctorado. Ya con contrato postdoctoral, trabajó en universidades como la École Normale Supérieure de Paris, Emory University (Atlanta, USA), UNAM (México) o la Universidad de Vigo. Entre sus numerosas publicaciones destacan las siguientes: (2020), Pilar Gilardi y Delmiro Rocha (eds): La apropiación de Heidegger. México: Ed. UNAM & Bonilla Artigas; (2019), Deconstrucción de la pena de muerte, Madrid: La Oficina;(2012), Dinastías en Deconstrucción. Leer a Derrida al hilo de la soberanía, Madrid: Dykinson.

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